¿En serio estamos a punto de ser anulados por la IA?

Introducción crítica a los profetas digitales

Hay algo profundamente irritante en esta manía posmoderna de predecir el Apocalipsis con una sonrisa de ingeniero en Silicon Valley.  “En diez años los humanos serán innecesarios”, profetiza Bill Gates con la tranquilidad con la que un sacerdote medieval anunciaba la llegada del Juicio Final. Y uno no sabe si reírse o prepararse para el fin de los días con un gin-tonic en la mano y un diccionario de latín en la otra. Porque lo de estos tipos ya no es predicción, es religión, pero fanática, tecnófila, arrogante e inculta.

No hay nada más peligroso que un multimillonario con complejo de oráculo y sin un gramo de duda en su discurso. Porque lo que Gates y su cohorte de profetas digitales están vendiendo, con la sutileza de un panfleto soviético, no es un futuro inevitable, sino una ideología.

La idea de que la inteligencia artificial no sólo puede, sino que debe sustituir al ser humano es terrible. Y que lo hará tan pronto como los próximos diez años.

Diez años, lo mismo que tarda un adolescente en convertirse en adulto, un libro en olvidarse o una guerra en cambiar el mapa.

En este artículo pretendo reflexionar basándome en los hechos, esos molestos residuos del pensamiento racional que los tecnólatras prefieren ignorar.

La IA actual es tan lista como un mono con diccionario

La inteligencia artificial de hoy, por más avanzada que parezca, no entiende absolutamente nada de lo que hace. Su funcionamiento se basa en correlaciones estadísticas, no en comprensión real. Puede escribir ensayos, simular conversaciones y hasta componer sonatas, sí… pero todo esto lo hace a ciegas, sin conciencia, sin intención, sin emoción. Es, en esencia, una maquinaria de imitación, no una entidad pensante.

Como explicó la profesora Emily M. Bender (2020), lingüista computacional en la Universidad de Washington: “Los modelos de lenguaje no comprenden el lenguaje. Solo generan texto que estadísticamente parece correcto”.

Una IA puede simular a un médico, pero no diagnosticar con juicio clínico real. Puede escribir un poema, pero no entender su dolor ni su belleza. Puede calcular riesgos financieros, pero no asumir las consecuencias humanas de una quiebra. Gary Marcus (2020) señala que carecen de sentido común y razonamiento profundo afirmando que “los sistemas actuales de IA carecen de sentido común, de comprensión causal, de capacidad de razonamiento generalizado. Lo que hacen es impresionante, pero aún muy superficial.”. Chomsky (2023) lo resume como ‘loros estocásticos’ incapaces de pensamiento genuino.

¿Esto es “sustituir al humano”?

No. Es decorar la ignorancia con algoritmos.

“La IA actual no piensa, ni entiende. No está cerca de ser una inteligencia general artificial. Es una especie de loro estocástico.” – Noam Chomsky, lingüista y filósofo (2023)

La realidad digital es un espejismo elitista

El 37% del planeta no tiene acceso regular a Internet (UIT, 2023). ¿Cómo puede hablarse de reemplazo humano por IA globalmente, si ni siquiera hay infraestructura básica en gran parte del mundo? El Banco Mundial (2021) alerta que la brecha digital es un obstáculo grave para cualquier automatización masiva.

Decir que los humanos serán innecesarios es, además, una idiotez clasista. Porque la digitalización global no existe como realidad universal.

El 37% de la población mundial, en torno a 2.600 millones de personas, no tiene acceso regular a Internet (datos de la UIT, 2023). En regiones enteras del África subsahariana, Asia y América Latina, hablar de IA es como hablar de coches voladores en la Edad Media.

Solo el 10% de los países en desarrollo tiene infraestructura para computación de alto rendimiento. ¿Y entonces? ¿La IA va a dejar a toda esta gente sin trabajo? ¿O es que simplemente no cuentan como humanos en los planes de estos visionarios?

Insisto, ¿cómo puede hablarse de reemplazo humano por IA globalmente, si ni siquiera hay infraestructura básica en gran parte del mundo?

La tecnoprofecía de Gates y compañía sólo aplica para el 20% más rico del planeta y, aun así, de manera desigual. En otras palabras: es un cuento distópico para occidentales aburridos que quieren sentirse parte del futuro sin ensuciarse los zapatos.

“La infraestructura digital es desigual y la mayoría de los países en desarrollo carece de la capacidad necesaria para implementar IA a gran escala.” World Bank, World Development Report 2021: Data for Better Lives.

El trabajo humano no es una función, es un vínculo social

Este tipo de discursos, además de soberbios, ignoran que el trabajo humano no es simplemente “realizar tareas”. Es interacción, significado, pertenencia.

Un maestro no es solo un transmisor de información. Es una figura de autoridad, de empatía, de formación. Una enfermera no es solo quien administra medicamentos: es quien sujeta la mano del paciente que se muere solo. Y eso, ni mil millones de parámetros pueden replicarlo.

La filósofa Martha Nussbaum (2021) lo dijo con precisión: “Desarrollar humanidad no es un algoritmo; es un proceso ético, relacional y emocional”. El trabajo humano implica moralidad, empatía y presencia. No es solo eficiencia, es relación. Byung-Chul Han (2015) añade que la IA automatiza la experiencia, deshumanizando el contacto. Un algoritmo puede sugerir, pero no puede consolar, educar ni inspirar.

Si el trabajo humano fuera meramente funcional, los burócratas de los imperios habrían sido reemplazados por palomas mensajeras. Pero el ser humano necesita miradas, voces, símbolos. Por eso hay médicos que lloran y poetas que curan.

“La automatización no puede capturar las dimensiones emocionales, morales y relacionales del trabajo humano. Reducirlo a eficiencia es deshumanizarlo.” – Martha C. Nussbaum, filósofa y ética del trabajo (2011).

No es ciencia, es ideología

Hay que tener claro que la idea del “humano innecesario” no es una conclusión científica. Es una narrativa ideológica: una mezcla de transhumanismo, tecnocapitalismo y narcisismo corporativo. Es útil para vender acciones, para atraer inversiones, para justificar recortes. Pero no es una verdad empírica, ni tiene el consenso de la comunidad científica.

El filósofo Byung-Chul Han advirtió hace poco: “El capitalismo digital tiende a prescindir del ser humano no porque sea más eficiente, sino porque así evita la resistencia, el conflicto, la libertad.” Es decir: el humano molesta. Porque duda, pregunta, se rebela. El algoritmo, en cambio, obedece sin quejarse.

Evgeny Morozov (2013) denuncia el ‘solucionismo tecnológico’. Que se centra en creer que todo problema humano puede resolverse con software. El discurso de Gates no es científico, es una narrativa ideológica. Daron Acemoglu (2020) advierte que la automatización sin regulación agudiza desigualdades en lugar de resolverlas.

“La adoración de la tecnología como solución universal es una ideología, no una ciencia. Oculta intereses económicos tras la fachada del progreso.” – Evgeny Morozov (teórico crítico del tecno-utopismo (2013)

La estupidez tecnológica tiene consecuencias

El peligro de estos discursos no es solo que son falsos, sino que paralizan. Convencen a la gente de que el futuro está escrito y no puede cuestionarse.

El problema de estas afirmaciones con traje de conferencia TED no es solo que sean falsas, es que desmovilizan a las sociedades. Hacen que pensemos que el futuro es inevitable, que no hay nada que hacer, que mejor nos resignamos. Eso sí que es peligroso.

La historia está llena de profecías fallidas. En los 80, Jeremy Rifkin predijo el “fin del trabajo” con la automatización industrial. Treinta años después, la evidencia muestra transformación, no desaparición.

Por no fue la única profecía. Otros ya hablaron del “fin del libro” con el Kindle, del “fin del cine” con el streaming. Todas mentiras, todas exageraciones. Pero ahora, como lo dice Gates, lo creemos sin más. Como si tener dinero diera derecho a escribir el destino de los demás.

“El riesgo no es que la IA nos elimine, sino que agrave la desigualdad al beneficiar a una élite y precarizar al resto. La automatización puede eliminar trabajos valiosos sin crear suficientes sustitutos.” – Daron Acemoglu, MIT, economista especializado en tecnología y trabajo (2020)

Conclusión. Una exageración vestida de oráculo

El problema con estos mesías digitales no es sólo que exageran, es que parece que nos toman por idiotas. Como si el hecho de que una máquina sepa escribir una receta de cocina en cinco idiomas significara que puede tomar decisiones morales, educar a un hijo o entender el rostro de una madre que llora.

Decir que los humanos serán innecesarios es como decir que la poesía será reemplazada por Excel. Que el amor será sustituido por un chatbot. Que el coraje de un bombero o la dignidad de un viejo campesino pueden codificarse en Python. Es una barbaridad. Y una ofensa.

La realidad es mucho más sucia, más humana, más resistente. En el mundo real, el 40% de la gente aún lucha por tener conexión a Internet, y en vastas regiones del planeta la palabra “digitalización” suena como una enfermedad. Pero en los cómodos salones de conferencias de Davos, los gurús tecnológicos se permiten fantasear con un futuro sin humanos. ¿Por qué? Porque ellos no limpian hospitales, no enseñan en aulas con goteras, no consuelan ancianos ni escriben novelas que huelen a humanidad.

Sí, la IA es potente. Sí, cambiará el mundo. Pero no hay máquina que reemplace la mirada de un médico honesto, la intuición de un artesano, la obstinación de un escritor o la ironía de un superviviente. La IA puede imitar la forma, pero no el alma. Y mientras eso siga siendo cierto, y creo sinceramente que lo será por mucho tiempo, los humanos no seremos innecesarios. Seremos, como siempre, imprescindibles.

Pero hay que tener mucho cuidado con la IA, porque puede hacer prescindible al pensamiento crítico, sobre todo si seguimos adorando a estos profetas sin alma como si fueran sabios. Con todos mis respetos a esos futuristas y visionarios que han logrado cambiar el mundo en otras ocasiones, creo que es hora de ponerles freno, no a la tecnología, sino a la insensatez.

Porque el problema no es que las máquinas piensen. Es que dejemos de hacerlo nosotros. Pero claro, eso no se puede monetizar tan fácilmente como una nueva app.

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