Una reflexión desde la caverna del confinamiento
El año 2020 será recordado como uno de los años más grises de la historia moderna. El mundo global ha sufrido uno de los mayores ataques del siglo XXI, al menos hasta el momento, y amenaza con ser sólo el primero. Tras décadas de miedo ante una tercera Guerra Mundial, el enemigo que la ha desencadenado no es humano, sino un virus que ha demostrado que la especie dominante no está tan segura como pensaba.
Gobiernos de todo el mundo han tenido que hacer frente a situaciones excepcionales, demostrando mayor o menor capacidad de liderazgo y sin una referencia para hacer previsión real del daño que supondrá esta catástrofe a nivel económico, más que humano.
Las cifras del desastre ponen en jaque a toda la economía moderna y, de nuevo, la visión cortoplacista y basada en la tendencia a linealizar el pensamiento ante nuestra incapacidad de gestionar la incertidumbre y, por tanto, perder el control de la situación. Aunque todos deseamos que nuestros líderes sean más visionarios que el resto, a estas alturas de la situación ya deberíamos habernos dado cuenta de que hemos infravalorado la mayoría de los puestos esenciales para la vida y para la supervivencia.
Durante esta crisis, médicos, policías, enfermeros, pero también reponedores, mensajeros, transportistas, vendedores, han sido los que han mantenido la esperanza y los suministros básicos, pero no han sido los únicos que han estado ahí, en el silencio, manteniendo la maquinaría en marcha.
Emprendedores con sus pequeñas aportaciones, muchas veces en especies, solidarios vecinos que han ayudado a nuestros mayores y a los enfermos arriesgándose en muchas ocasiones a salir en busca de recursos, empresas que han mantenido su actividad con modelos de trabajo, en la mayoría de veces, tirando de creatividad para poder mantener su actividad, artistas que han entretenido y ayudado a los vecinos, no siempre de al lado, a hacer más llevadero el aislamiento, educadores de todo tipo que han continuado formando, capacitando y manteniendo el contacto entre alumnos de todo el mundo, periodistas que no se conformaban con seguir adoctrinando a un público adormecido, que ha empezado a despertar. Mientras, otros planeaban ERTES, muchos de ellos con motivos, o discutían acerca de la magnificencia de la competencia al cargo, en lugar de unirse a la lucha común. La mayoría de las veces no era por no querer sino por no saber.
El desastre generado por esta pandemia prevé ser de los más grandes vividos en la historia, pero puede que no todo lo que lleva consigo va a resultar negativo.
El COVID19 nos ha obligado a ver el mundo de otra manera, de hacer purga, quisiéramos o no.
En diciembre de 2019, algunos trataban de reflexionar acerca de las medidas urgentes para parar la crisis climática, la mayoría lo veía desde su sillón y, dos días después de la COP, seguíamos a lo nuestro. El COVID19, como un dictador silencioso, ha actuado de manera estricta parándolo todo y dando un pequeño respiro a la naturaleza. En el futuro veremos el impacto que ha supuesto para la Tierra.
Educadores y pensadores de todo el mundo promovían la idea de la necesidad de reencontrarnos, de frenar, de pensar y de estar más tiempo con nosotros mismos y nuestras familias, los ciudadanos de a pie, los soberanos o los laureados y prestigiosos personajes de la vida pública caminaban tan rápido que no llegaban a escuchar la importancia del mensaje. El COVID ha ejercido su papel, casi de terapeuta, forzándonos a parar, a pensar, algo que nos da especial vértigo, y a disfrutar de cada segundo.
Entidades y centros de desarrollo promulgaban la necesidad de dar un paso más en la digitalización de negocios y actividades esenciales, empresas, entidades y ciudadanos se lamentaban de la falta de recursos y de tiempo. El COVID19 ha obligado a correr en la implantación de estas medidas.
No sólo las empresas y entidades han tenido que implementar herramientas, sino que se ha llevado a cabo el mayor test de carga de la red de comunicaciones para comprobar que esta preparada para esta digitalización.
Así, plataformas de servicios digitales para el entretenimiento, como Amazón Prime, Netflix y otras, han tenido que reducir su calidad de emisión para evitar el colapso de la red.
Las herramientas de videoconferencia han entrado en escena. La mayoría de los ciudadanos a penas conocían una o ninguna de estas herramientas. Estos días se han familiarizado con más de una, sobre todo los que tienen niños en la escuela, y esto no sólo ha provocado una capacitación a marchas forzadas sino una concienciación de su capacidad de uso y un abastecimiento de las herramientas y recursos necesarios para su uso, aprovechamiento y disfrute.
Pero también hay modelos de negocio que han salido reforzados.
El comercio electrónico, incluso para los más detractores antes del COVID, ha sido un aliado en el abastecimiento durante el aislamiento, y eso ayudará a que se pierda la rutina y el miedo.
La formación online, tanto en lo que respecta a su uso como en lo que concierne a disponer de los contenidos necesarios y básicos, ya no es un desconocido. Antes del COVID, muchos padres apostaban sólo por la formación tradicional. Durante el aislamiento no sólo han cambiado de idea, sino que incluso lo rogaban, y a veces exigían, a las escuelas de sus hijos. Entidades educativas han tenido que ponerse al día con herramientas y tecnologías y, ahora, ya son una poderosa herramienta de educación masiva para ellas en lugar de una competencia.
Todos estos servicios requieren de un sistema de comunicaciones robusto, unas redes estables que, en muchos casos, no han cubierto las expectativas y que, sin lugar a duda, abren un camino para su desarrollo. Y para aquellos que hemos vivido esta estancia en entornos abastecidos de tecnologías de automatización del hogar, hemos puesto a prueba sus bondades y entendido su potencialidad real, incluso su riesgo ante fallos. Una avería del sistema en un momento así pone en crisis la toma decisión ante la domótica low cost.
Pero uno de los negocios que más puede hablar de impacto positivo es el de la impresión 3D. Gracias a la comunidad de 3dmakers, solidarios, que han trabajado por abastecer de todo tipo de elementos a los servicios de salud y a la ciudadanía durante esta crisis, el imperio de la impresión 3D, en constante espera antes de la crisis, ha despertado. Durante el aislamiento era casi imposible encontrar impresoras 3D, agotadas a través de todos los canales de venta. Los ciudadanos han aprendido a usarlas y han descubierto el poder que tienen para imprimir objetos de uso cotidiano, que incluso, como las mascarillas pueden salvar vidas, infundiendo la sensación de disponer de una herramienta capaz de salvar, incluso, una vida.
Post Covid, nuestra vida personal y profesional va a cambiar. Incluso el concepto de espacio lo va ha hacer. Estar recluidos en espacios pequeños durante tanto tiempo, sistemas de iluminación propios de un entrono siempre relajado, falta de luz natural, servicios insuficientes, malos sistemas de climatización, incluso aquellos que se han visto obligados a compartir espacio con enfermos y no disponían de baños y estancias independientes suficientes. El hogar ha sido nuestro refugio y sus alrededores nuestro ecosistema seguro, con lo que conceptos como proximidad, transgresión territorial, hacinamiento, salubridad, han calado, consciente o inconscientemente, en nosotros. Aspectos que van a marcar el argumentario de muchos de los teóricos del diseño en las próximas décadas.
No sólo nos vamos a plantear cómo queremos vivir, sino incluso dónde.
Antes de la pandemia, nos lamentábamos de la España vaciada. La crisis ha empujado a muchos ciudadanos a intentar buscar cobijo en esos remotos lugares de los que antes huían. Huían porque no encontraban la manera de llevar a cabo su actividad profesional y personal, pero, ahora, el COVID les ha mostrado un camino.
Los hábitos también han cambiado. En muchos casos hemos aprendido a aprovechar lo que tenemos a mano para hacer actividades y sobrevivir. Hemos reciclado componentes transformándolos en otros de valor, a modo ejemplo las mascarillas improvisadas, aunque no es lo único que hemos reutilizado. Años de evangelización en economía circular y en las 3R, reducir, reciclar, reutilizar, sin éxito y la pandemia nos ha puesto en el camino sin pensar en estos conceptos y poniendo en auténtico valor su potencial.
Ahora queda por valorar si las escalas de valor también han cambiado. Los esquemas de pensamiento alimentados durante años de estrés y alta velocidad que promovían la competencia entre iguales, la desconfianza, la falta de colaboración, y que tanto esfuerzo ha puesto la comunidad educativa por cambiar sin éxito, se han visto torpedeados por una intensa necesidad de compartir, de depositar en otros nuestra confianza para salir adelante y de valorar el altruismo de la sociedad, con el ejemplo de la comunidad médica, las fuerzas de seguridad y tantos otros que han expuesto su vida y la de su familia para ayudar a los demás, en lugar de aplaudir a aquellos que nos ofrecían una imagen de poder y de alta competitividad.
Pero la otra cara de la moneda es el miedo. Miedo a un nuevo contagio, miedo a perderlo todo, miedo a no disponer de recursos. Hemos arrasado supermercados, físicamente nos hemos distanciado, incluso miramos con recelo a aquellos que pueden traer de nuevo la pandemia. Aunque hemos sido refugiados ricos ante una pandemia que no entiende de economías, podríamos haber perpetuado, aun más, el recelo a las razas y etnias diversas, a la necesidad de fronteras, a la protección de nuestra comunidad próxima por encima del resto.
Este es el mensaje que, de una manera más o menos directa, lanzan aquellos que no han estado a la altura, que no han sido capaces de llevar a cabo su cometido. Culpar a otros, desviar la atención, tapar la incompetencia propia, es la única arma que le queda a aquellos que no han sabido ejercer su papel de liderazgo, global, local o particular. Si somos capaces de vencer a este miedo irracional pero infundado, y entender que el único riesgo está en seguir alimentado a ese monstruo, el auténtico virus social, que se centra en dividir y desnutrir de capacidad de pensamiento analítico y crítico, entonces estaremos, realmente, preparados para la próxima pandemia.
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