Pero hay otras formas más sutiles de aprovechar la tecnología para delinquir. Es el caso que describe Jude Egan en su artículo sobre la manipulación de pruebas mediante deepfakes en el Tribunal de divorcios (ver aquí). Egan explica cómo una mujer, sin necesidad de disponer de una amplia experiencia en tecnología móvil, generó pruebas digitales falsas de mensajes de texto móvil en las que su ex-marido la acosaba y amenazaba y, de esta manera, logró el fallo a su favor para obtener la custodia de sus tres hijos menores de edad.
En este caso, la mujer sólo tuvo que cambiar el nombre de contacto en su agenda del teléfono entrante y escribir, con ese número, mensajes amenazantes para que el registro de su móvil viniera encabezado por el nombre, y no el número. Aunque parece evidente que es fácil contrastarlo, en esta ocasión, el juez no profundizó y falló, inicialmente, a favor de la mujer.
Sin embargo, otros casos resultaron de más elaboración, como el de una mujer que generó falsas imágenes pornográficas de su marido, dejándolas en su Ipad para que su hijo las encontrara y poder denunciar así al marido ante los Servicios de Bienestar Infantil.
Suplantar una identidad de un famoso puede resultar un acto de desprestigio o un intento de ridiculizarlo con un conocimiento y hasta una posible aprobación general del público, pero parece menos probable que tenga un calado mayor. Sin embargo, falsear la vida y acciones de personas desconocidas puede ser más peligroso, abriendo la veda a acosos, extorsiones, venganzas e incluso la exclusión de su colectivo social.
En la sociedad de 144 caracteres de profundidad donde vamos tan acelerados que no tenemos tiempo de profundizar en la verdad, cualquier prueba visual o auditiva que nos llegue, por falsa que sea, puede parecernos una confirmación de un hecho que jamás sucedió pero que puede cambiar la vida de otras personas.
La inteligencia artificial ha sido, incluso, capaz de generar vídeos enteros a partir de una sola fotografía, llagando a dar vida a la mismísima Gioconda de Leonardo de Vinci. La próxima vez, piense el lector qué podrían hacer con sus fotos de Facebook o Instagram antes de compartirlas con todo el mundo.