La psicología y la psiquiatría durante prácticamente todo el siglo XX han estado preocupadas solo en describir y tratar las enfermedades mentales, ignorando casi por completo la normalidad y la “supranormalidad”.
En los últimos años, la ciencia ha empezado a trabajar el potencial humano y a estudiar qué factores son necesarios para movernos desde un estado “normal” a un estado óptimo.
En las últimas décadas, la tecnología, además de tratar de mejorar la eficiencia de los sistemas, tanto a nivel productivo como medioambiental, ha tratado de acercar al ser humano mejorías relacionadas con la seguridad, el estatus y la calidad de vida. Estos conceptos, todos ellos fácilmente correlacionados con las teorías de Maslow que nos define las necesidades humanas fundamentales, son catalizadores de un estado placentero que nos acerca a un estado óptimo tan buscado desde la perspectiva de la psicología.
La tecnología permite, además, dotarnos de herramientas para combatir estados anómalos en diferentes ámbitos, desde el déficit de atención hasta las demencias en general. Podemos incorporar dispositivos que no sólo nos permiten medir sino que también nos ayudan a interactuar con las personas de manera que alteremos el espacio provocando estímulos que impliquen una respuesta emocional determinada en las personas.
Esto no es fácil de conseguir ni tampoco lo es predecir el resultado final pero, ciertamente, la tecnología nos abre las puertas a un nuevo desarrollo en las ciencias de la psicología cognitiva y de la conducta.
Por otra parte, el internet de las cosas se basa en la interacción de dispositivos conectados a la red sin la necesaria interacción humana,
Resulta obvio pensar que podemos generar ecosistemas capaces de adaptarse a la necesidad de los seres que lo habitan, incluyendo los propios dispositivos en sí, de manera que el propio entorno se preste agradable, no agresivo y mucho menos invasivo, ya que no hay detrás una acción humana entendida como coercitiva, manipuladora o represiva.
Pero esta digitalización del entorno no tiene por qué ser únicamente utilizada para ayudar en caso de estados anómalos de la mente sino que es también perfectamente aplicable en cualquier ambiente, de manera que podamos crear micro realidades, individuales o comunes.
No debemos caer en el error de la hiper estimulación pero si podemos pensar en estimular de manera concreta en ciertas situaciones en las que, de no interactuar, el resultado sería una erosión del estado mental de las personas que habitan y coexisten en un espacio determinado.
Imagine el lector la larga espera en un aeropuerto en la que se ha anunciado retraso indefinido de su vuelo. En estos casos, si usted viaja habitualmente ya sabrá que el término “indefinido” significa ausencia total de información durante un tiempo que, aun cuando pueda resultar relativamente corto, resulta interminable. En estos caso, la tensión aumenta, el cansancio hace mella y aflora la ira sobrevolando sobre nuestras cabezas.
Imagine el lectro que podemos conseguir que los dispositivos existentes en su entorno son capaces de «hablar» con el avión y con el resto de equipos, sin necesidad de desvelar ninguna información a los pasajeros, y son capaces de adaptar el espacio en el que estamos haciéndolo más confortable, por ejemplo acomodando más el aire acondicionado, proyectando en las pantallas una programación más comúnmente interesante, ajustando la luz e incluso ofreciendo las bebidas de vending a un coste reducido. Puede, tal vez, que esta nueva situación, temporal y a medida de la necesidad actual del momento, amortigüe nuestro mal estar o, al menos, nos distraiga lo suficiente como para no ser conscientes del paso del tiempo.