En los últimos meses, se ha popularizado el concepto de “deuda cognitiva” para describir los efectos negativos del uso intensivo de inteligencias artificiales como ChatGPT. Como autor del artículo completo que acompaña esta entrada, quise examinar con profundidad este concepto, que ha sido adoptado rápidamente en medios y espacios académicos, pese a su fragilidad empírica.
Mi propósito fue doble: por un lado, evaluar críticamente los fundamentos neurocientíficos de los estudios que alertan sobre una disminución en la actividad cerebral al usar IA; por otro, reflexionar sobre cómo integrar estas herramientas de forma responsable en contextos educativos.
Uno de los textos más citados es un estudio preliminar del MIT Media Lab que afirma que ChatGPT reduce la conectividad cerebral, impactando el esfuerzo cognitivo y la retención de información. Sin embargo, este estudio no ha sido revisado por pares, usa una muestra limitada y parte de supuestos discutibles: una menor activación cerebral no implica necesariamente un daño, y la conectividad medida por EEG tiene muchas posibles interpretaciones.
También cuestioné el uso del término “deuda”, una metáfora tomada del desarrollo de software, que sugiere consecuencias acumulativas y deterioro progresivo. No hay evidencia longitudinal que respalde este paralelismo en el ámbito cognitivo. Lo que sí existe es una necesidad urgente de definir cuándo el uso de IA desplaza el pensamiento crítico y cuándo lo potencia.
La clave no está en prohibir ni celebrar acríticamente. Está en educar para que estas herramientas se usen después del pensamiento propio, no antes. Como apoyo, como tutor, como editor. No como sustituto.
La mayor amenaza no está en el modelo de lenguaje, sino en cómo y cuándo lo usamos. Si se emplea desde el inicio como sustituto del esfuerzo mental, puede conducir a un aprendizaje superficial. Pero si se integra como herramienta posterior al pensamiento propio, puede enriquecerlo.
El artículo concluye con una poderosa reflexión: la deuda cognitiva más peligrosa no es la que provoca la IA, sino la que contraemos cuando renunciamos a enseñar y aprender a pensar.
Invito a los lectores a reflexionar desde la evidencia, no desde el miedo. La IA puede ser una muleta o una extensión del pensamiento. Depende de cómo y cuándo se use.