Belgrado, mayo de 2018. Semifinal de la Euroliga. El Real Madrid enfrentaba al CSKA Moscú, uno de los gigantes de Europa, en una batalla que muchos daban por perdida.
El marcador no engañaba. Los rusos dominaban, los blancos estaban lentos, desconectados, grises. Luka Dončić, el niño prodigio, no encontraba su juego. Sergio Llull, recuperado apenas hacía semanas de una lesión grave, fallaba tiros fáciles. Los veteranos miraban al suelo.
Desde el banquillo, Pablo Laso observaba en silencio. No se apresuraba. No tiraba de la pizarra. Leía algo más profundo. Veía que el sistema no fallaba en lo táctico. Fallaba en lo emocional. El equipo no necesitaba un cambio de jugada: necesitaba un reinicio.
Pidió tiempo muerto. Los jugadores se sentaron, algunos jadeando, otros tragando saliva. Laso se plantó frente a ellos, directo, seco, firme:
— ¿Queréis jugar o no? ¡Coño! ¿Queréis pelear o estáis aquí de figurantes? ¡Vamos! ¡Jugad a lo que sabéis, jugad juntos, joder!
No era una bronca, era un acto de análisis y evaluación del sistema en tiempo real. Laso había detectado que el problema no era el esquema ofensivo ni la defensa flotante, era la energía, la creencia, la actitud. Y decidió intervenir exactamente ahí, donde el ajuste tenía mayor impacto.
El efecto fue inmediato.
El Madrid salió a pista y se transformó con una defensa agresiva, transiciones rápidas, comunicación fluida. El CSKA, sorprendido, empezó a errar. El Madrid remontó, ganó el partido y acabó levantando la Euroliga días después.
Cuando los jugadores recordaron aquel momento, dijeron lo mismo: “Pablo supo leernos. Sabía lo que necesitábamos”.
Eso es analizar un sistema. Eso es no quedarse en los datos obvios, sino entender las dinámicas ocultas, evaluar dónde está el verdadero problema y decidir, con precisión, dónde intervenir.
No es solo táctica ni solo emoción, es ver el ecosistema completo y transformarlo.