Sin embargo, los límites de la mente humana y su interacción con la tecnología están siendo constantemente desafiados.
Por un lado, ya en 2013, un equipo de científicos del Centro de Genética de Circuitos Neurales RIKEN-MIT, en Estados Unidos, logó implantar recuerdos falsos en ratones. Eso sí, se consiguió mediate un implante de fibra óptica en el cerebro de ratones genéticamente modificados para poder enviarles impulsos de luz.
Por otro lado, y mencionando otro film que seguro conocerá el lector, “Inception” (“Origen” en España), el MIT ha conseguido entrar en los sueños para alterar la realidad vivida. El experimento, llamado Dormio, busca interferir en la trama de los sueños
Pero hablemos de temas menos espeluznantes.
Por una parte, tenemos el mundo de las experiencias. Una vez resuelto el tema ético, poder generar experiencias inmersivas percibidas como reales puede abrir nuevos mercados muy sugerentes. Viajar sin salir de casa, vincular una experiencia a una marca, aprender algo sin riesgo, sin fronteras, sin límites. Se abre un amplio abanico de oportunidades.
Aunque el negocio de la Realidad Virtual (RV) y de la Realidad Aumentada (RA) llevan años prometiendo un gran boom comercial, la verdad es que aún no han explotado, más allá de un puñado de aplicaciones educativas y juegos.
Sin embargo, gracias a la mejora de los equipos informáticos y del procesamiento de imágenes unido al inicio de la expansión de dispositivos de visión, como gafas y lentillas, está por ver en qué momento viviremos el inicio de la curva exponencial de crecimiento de toda tecnología.
Por otro lado, tenemos el sector clínico. Abordar los traumas, los miedos, las patologías mentales desde el afrontamiento para ir, poco a poco, haciendo que el paciente pierda el miedo al enfrentarlo a su terror con ayuda y control propio permitiría dar un gran paso en esta área.